miércoles, octubre 31

...del camino (o el amigo).

No terminaré esta entrada hasta que acabe el disco. (Me repito, pero soy un vago. De otro modo, no termino).

Conocemos el camino, pero nos empeñamos en quedarnos donde se dividen las sendas. Para pensar, decimos. Para no equivocarnos. Y ahí estamos, esperando que algo nos empuje, que nos indique de un puntapié la dirección. No nos damos cuenta que somos presos de la cobardía. A pesar de los acordes electros de la discoteca, bailamos. Nos mecemos pie sobre pie para no decidir. Y así nos va. Solos de vuelta a casa.

Conocemos el camino, pero huímos del bar sin avisar. BOMBA DE HUMO...

Conocemos el camino, y aún así caminamos por donde nos es más fácil. Somos humanos, pensamos. Pero no somos hombres, sino sombras inquietas. Que cumplimos con el deber. El se supone y demás parafernalia post-adolescente. Y tan felices, tan supuestamente joviales. En mitad de la noche, hemos percibido un momento alegre que sabemos en el fondo, aunque no lo digamos en alto, fruto de un momento especial. Nos distanciamos de la ruta impuesta, pero sólo por un momento. "Mañana tengo trabajo", decimos, "ya está bien por hoy". Nos conformamos con alejarnos durante unas horas, pero sin perder de vista el sendero correcto. Politicamente correcto. Porque mañana se trabaja. Porque tenemos que.

Conocemos el camino burgues, y lo transitamos cómodamente. "Si no hacemos lo que pensamos, terminamos pensando lo que hacemos". Y entonces ya nos conformamos con pensar. Tenemos tanta imaginación que podemos vivir de nuestros sueños. Y ellos se convierten en Don Quijotes. Y ellas en Emmas Bobary.

Queda una canción del disco y no he dicho nada. Aún así he escrito más de lo que debería. Porque en vez de escribiendo debería estar follando (o drogándome, o bebiendo, o gritando, o durmiendo bajo un escudo del Atleti, quizá cantando, tal vez triste y vomitando, pero nunca en mi casa, pensando, quizá insultando, quizá viviendo).

Conozco el camino, y me lleva de la mano el amigo, caravana hacia la punta del mundo, el que no me atrevo a conocer.

Se acabó el disco.

sábado, octubre 20

...del final.

No beberé el güisqui hasta tener tres párrafos. Porque ya está bien de agarrarme el pellejo del codo, de arreglarme el pelo. Ya es suficiente de ser el personaje que actúa ahora. Me cansé. De hacerme pajas. De escaparme temprano. Sobre todo de no intentarlo.

Denosersincero.

Soy un gilipollas que va de listo. Encima sin creérselo. Que huye. Que no escribe. Cuando te construyes un friso de letras falsas sobre las acciones, la costumbre se vuelve camino seguro y solitario ("el sendero común del ciudadano moderno"). Sólo porque no lo intentas. No por humilde o tímido. Sino por vago y aburrido. Por MEDIOCRE.

Deja de tocarte la nariz. Deja de ser Paco. El que no tiene huevos de decir lo que piensa. El que se calla para no molestar. Ese. El que folla sólo cuando otra se empeña, y ni por esas (saludos Teresa).

Ya tome del güisqui, pero aún quedan mentiras por afirmar. Ya asesiné a mi sombra. Vine a buscarla desde 13.000 kilómetros y la apuñalé por la espalda, como un cobarde. Tardé tres meses. No quiero ser aquel (éste) al que no le importa. El que no sufre. Al que no le afectó que sus amigos de la infancia cosieran con un cuchillo a la abuela de un vecino. Se acabó el no me preocupa. Ese da igual que es verdad sólo para el resto. Mientras, yo me pudro en mi madriguera de Barranco (de Callao, de Stepney Green, del casco de Iruña, de Nervión).

No quiero dormir porque creo no tener motivos para levantarme. Ingente mentira. No quiero fumar un solo porro más para luego sentirme culpable. Para tener escusa para no salir. Para castigarme por algo que no he hecho. Para no hacer, al fin y al cabo.

Quiero dejar de ser correcto. De ser buena persona. Aquel con el que no te metes, porque él no se mete con nadie. Estoy harto. La próxima "Ójala me gustara Paco" te llamaré puta, si no eres tú Rocío, serás otra.

Te meteré cuello, en vez de pensar que lo hago. Seré sincero, porque será el único modo de no estar muerto.

Quiero llorar, pero no puedo.

sábado, octubre 6

"Estef anía is a Punk Rocker"


Cuando Estefanía se corre canta una canción de los Ramones, y eso es algo a lo que, créeme Bruno, nunca me acostumbré. “Hey, hoy, let's go”. Imposible. Lo aguantaba porque no la quería, porque sólo va a ser una vez, o sólo un par de veces, y luego disco tras disco de los de Queens. Ya me conoces, la primera noche acabe con ella porque su trasero me recordó al de Julia. También sabes de mi debilidad por los cabellos revueltos. Viejo vicio. Que fuera rubia y no morena no perjudicó el coito, yo estaba demasiado borracho para darme cuenta. La primera noche pensé que había sido un disco. No me di cuenta hasta el día siguiente, cuando comprobé que no había equipo de música en su dormitorio. Demasiado tarde, ella ya había agarrado de nuevo el mando de la situación, por así decirlo. “The KKK took my baby away, took my bay away, took my baby away...”.


Después resulta que el después no estaba mal. La niña, que por lo general no destaca por su buena, o mala, conversación, cuenta las mejores historias de cama que he tenido el placer de disfrutar. Así te lo digo. No sé de donde las saca. No pueden ser todas suyas. Pero ahí está ella, al costado dale que te dale. Es como follar con Estefanía y, cuando todo a terminado, echarte a dormir con, según la noche, Ribeyro o Bolaño o Cortázar. Y tú sabes de mi problema, mi complejo de Edipo con complejo de Esopo. No puedo evitarlo. Al principio no le di importancia, demasiado impactado estaba con su “I don't wanna be buried in a pet cementary”; pero, cuando me la volví a encontrar en la noche, entre bastidores de algún garito impresentable, me acerqué intrigado, no por su juego de cama, sino por cómo terminaba aquella historia del tipo aquel que andaba por ahí sin corazón. O algo así, la historia era suya, no mía, qué quieres.


Ya, ríete Bruno, pero ese cuento, y los siguientes, me han enseñado más sobre amor que las aventuras de asaltacamas. Así aprendí, que esto que hacemos por la noche no es más que un banal comercio de besos por caricias. O como, esas parejas de la calle los días de lluvia, no te equivoques, sólo se abrazan para no tener frío. Un motivo tan válido como cualquier otro; en realidad, más real para mí que esas palabras que, por más que me empeño, no veo. Porque “el amor”, qué quieres que te diga, no flota en el aire. De hacerlo, abría que bajárselo a tiros, como a pajaritos, y luego dárselo de comer al perro. Cada noche con Estefanía era así: una canción y un cuento. Y yo, enganchado a ellos como con un libro de Poe o un capítulo de Lost.


Claro, tú piensas ahora, te ríes, porque dices que estoy enamorado. Sólo porque ahora la busco, no por el sexo, sino por el después en la cama con Estefanía. Pues te equivocas mi Bruno. Esta noche estoy con ella, bueno, estuve hace un rato. Ahora salió y me ha dejado en el catre. No es mi casa, ni su casa, estamos en la fiesta de un amigo. Pero aquí hay tantos cuartos, que cada pareja agarra el que quiere. Y ya verás. Acabamos de terminar y ella va a volver de un momento a otro. Porque todavía no ha terminado su cuento. Ha ido a por agua y yo la espero en silencio. No quiero pensar mucho, porque me intriga lo que tiene que contarme. Pero verás, que en cuanto el cuento termine, me voy de aquí, a continuarla con mis amigos que aún es temprano. Espera sólo que regrese. En silencio.


Es extraño, me callo y algo falla. En el ambiente falta un sonido. No escucho mi corazón. Ya sé, Bruno, que eso de escuchar tu corazón es algo raro. Pero si te callas y acercas tu mano al pecho lo notas, ¿o no es así? Al rato atiendes a la comparsa y ahí está, el compañero. Pero es que ahora es nada. No hay modo. Será un momento, un segundo, en seguida vuelve. El pálpito me refiero, no ella. Has visto cómo no estoy enamorado, qué pesado. Sólo que no me escucho. No importa, sólo tengo que esperar. En cualquier momento lo escucharé de nuevo. Sólo tengo que escuchar, en silencio. En cualquier momento lo escucharé de nuevo, aquí en mi pecho. Escuchar, sólo unos segundos. En la habitación del costado suena una canción de los Ramones, eso prueba que mi oído está bien. Sólo que tengo que esperar. Unos segundos. Unos minutos. Y lo escucharé de nuevo, mi corazón. Unos segundos, escuchar, en silencio, sólo unos segundos...

viernes, marzo 16

...de Métodos prácticos de viajes en el tiempo


(…) Por último, es necesario realizar algo de ejercicio; hasta el punto de sentirse cansado, no más.

Tras estos pasos previos uno se encuentra preparado para acometer el experimento. Búsquese entonces un lugar alejado, agradable y mullido. El sofá del salón servirá. Mándese a los compañeros de piso de paseo a la legión extranjera. Malasaña servirá. Elíjase una música ambiental que amortigüe el ruido exterior. En este caso, el tipo (o calidad) de ésta no importará; aunque sí el soporte. Se ha comprobado que el más apropiado es el vinilo; aunque ciertos estudios (a falta de experiencias empíricas) indican que la cinta casete también debería servir. Lo que sin duda debe evitarse es cualquier tipo de soporte digital. Finalmente, entreabrir la ventana: una ligera corriente, así como la sensación de frescor, son vitales para el éxito del experimento. Respirar fuerte, orgásmicamente, por última vez. Depositar la aguja sobre el disco. Ese repiqueteo, como de cuchicheo entre ratones, es nuestra bandera de salida.

Comencemos. Uno se tumba en el sofá. La posición debe ser la que permita el mayor relajo muscular. Entonces se debe esperar. Desterrar toda vocación de prisa, nuestro peor enemigo. Esperar, hasta que cada falange, cada extremidad y protuberancia, se sienta ajena a uno mismo. Llegará entonces un momento en el que el hilo musical comenzará a perderse tras una nube. De pronto, se trasformará en una secuencia rítmica sin intención significativa. Es el indicativo de que vamos por buen camino. No desesperar, el traqueteo llega antes o después. Es en ese instante cuando comenzaremos a percibir una ligera capa que lentamente se desliza sobre nuestra epidermis. No asustarse, es el tiempo que nos acaricia. Mantener la tranquilidad, estamos cerca, pero cualquier cambio brusco podría asustarlo. El tiempo es un animal tan poderoso como tímido, y debemos hacerlo sentir en familia. Algunos autores recomiendan, en una observación demasiado sexual para mi gusto, entreabrir la boca para alimentarlo de nuestro paladar. Otros sin embargo, más acertados sin duda, indican que la respiración abdominal es mucho más útil. Elevar el estómago con la inspiración, relajarlo al expirar. El tiempo, que es juguetón, se divierte con estos movimientos de montaña rusa. Esperar y prestar atención.

De pronto, hay que estar atento pues ocurre sin previo aviso, una arista temporal comenzará a subir lentamente desde los dedos de los pies. Luego cosquilleará los tobillos y las rodillas. Los muslos. El bajo vientre. Cuando esta malformación del tiempo llegue al pecho será el momento de reaccionar. Con un movimiento rápido, saltar y agarrarse a esa arista. No soltarla por nada del mundo, hincarle las uñas como si la vida fuera en ello. Aquí deberemos tomar una decisión. Podremos, si queremos, hacer fuerza hasta detenerlo, como el palo entre los radios de una rueda. De así hacerlo, una vez capturado podremos soltarlo con la tranquilidad de que se quedará allí donde lo dejamos. En ese caso, habremos detenido el tiempo; notaremos que nuestro corazón ya no late y el estómago ha dejado de subir y bajar. Notaremos que no pestañeamos. Sólo queda disfrutar de ese eterno instante. Uno, señor del tiempo desde lo alto de su montaña (el sofá), observando el pasado y el futuro. La otra opción es la más arriesgada. En vez de detenerlo, dejarse llegar por él. Nos convertiremos entonces en viajeros del tiempo y podremos ir a dónde y cuándo queramos. Hay que indicar que nadie ha regresado de este segundo tipo de viaje. Algunos teóricos apuntan que es imposible volver; otros, que quien llega a este lugar, para qué va a querer regresar.

lunes, febrero 26

...de Pasteles Imposibles

(Vale, hablaré sobre ti. Pero tranquila, lo haré sin que te des cuenta.)

La salida de la discoteca se tornará básicamente entrada a un lugar diurno. Una pastelería rancia regentada por una anciana risueña; una que lleva vendiendo toda su vida la misma tarta. Que ha vivido contenta o eso quiere hacer notar. Imagínatela, como quieras estará bien. Yo entro, decía, en busca de un pastel. Cumpleaños en el piso de un amigo, casa a la que me dirijo. Pero mira por donde, que encuentro una chica morena reflejada sobre el guardaestornudos de las tartas. Una débil imagen que se morfea con el circular chocolate relleno de crema: la pieza de pastelería más atrayente del mes. A mí, que no me gusta demasiado el dulce, se me antoja exquisito. La chica también observa los reflejos. ¿Cuál será el mío? Una vieja cuña de chocolate con leche o, si pudiera, un enorme y fálico brazo de gitano. Pero para qué engañarme, seguro que soy el ridículo pastelillo rosa del día de la madre... Para mi sorpresa, ella tiene mal gusto y me habla. Que tiene una prisa atroz. Que necesita una tarta pero ya. Qué cosas, le digo, yo estoy en las mismas. Pero no te puedo aconsejar, poco ducho en pasteles, la verdad. Ella debe ser experta, al menos conoce las virtudes de la “fondant” de peras, o los narcóticos malvadiscos forrados de chocolate. Eso dice. Y, aunque sé que miente, me dejo aconsejar. Soy poco atrevido, no creo que pueda con el “soufflé” corso a la vainilla; si acaso un puding de castañas al microondas. Se ríe. No me cree. De pronto, cae una oportunidad, conoce una receta, bueno, la definitiva según ella. Para despejarme las dudas, me comenta el nombre: Pastel Imposible. Cree que así me ha convencido; o eso, o es buena persona y no me echa a la cara que desde el principio me tenía.

Ya en casa me dice los ingredientes. Una cucharada de mantequilla. Un paquete de harina de chocolate. Ocho huevos, grandes. Una taza de aceite pero sólo media de nuez picada. ¿Y se cree que todo eso está en mi casa? Espera, que hay más: una taza de cajeta. Una lata de leche condensada. Una lata de clavel. Una cucharada de vainilla. Y mucho cariño.

Por supuesto, no tengo nada, no hay nada abierto, mi amigo ya ha cumplido años y estará enfadado conmigo. Ella se va. Dice que va a la casa de su amiga. Vuelve a mentir, porque ya es tarde y seguro que hace rato soplaron las velas. Mamarracho de incoherencias, me quedo atrás. Miro por la ventana y la veo alejarse. Ya está oscuro, pronto será de noche. No queda otra opción. Precalentar el horno a 200 centígrados. Luego añadir un poco de levadura. Abrir el horno e introducir la cabeza dentro. Mantener hasta que crezca.

martes, septiembre 12

...de Hogar, dulce hogar

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Yo que se, por llamarlo de algun modo. Aunque asi, con estas cortinas y esas paredes casi me recuerda a una peli de Kaurismaki.... lo que es capaz de inventarse uno.

...de Futuros artistas

A este pavo lo escuche tocar el otro dia en el 93 feet under, por Brick Lane.
Si algun dia se hace famoso, asi rollo Pete Doherty, esta foto tendra su valor.

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Asi esta la cosa...

...de Calendario Zodiacal

A todo el mundo le gusta su signo del zodiaco. Como no? Estan condenados a vivir con el. Por ahi que esto esconde cierto secreto sobre la felicidad/aceptacion para uno mismo.
Tal vez no.
No se. Lo unico que tengo claro, aparte, es que a mi me encanta el vodka.

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Lo pueden encontrar en uno de esos inmensos grandes almacenes que abundan en Oxford Street. Si quieren pueden pagar los 27 pounds que cuesta. Tambien hay otros metodos de conseguirlo.

lunes, agosto 28

... de La otra cara

Londres se me ha caido encima, por eso hoy me duele la espalda. No es la cama sin almohada. No.

Es que hasta ahora esta ciudad habia sido juego y alegria; aventura nocturna y pintas de conversacion. Y hoy he conocido la otra: el londres triste, que resulta ser suave caida aunque en hondo hueco. Con cielo azul (cielos de Turner o de Barry Lindon, que vienen a ser lo mismo). Frio casi confortable, pero inmensa soledad. Aun asi resulta bonita la ciudad, aunque demasiado real. Echar de menos a una amiga.

Londres me resulta una ciudad para mayores, al contrario que la infantil Pamplona (aunque sospecho que podria ser bien distinto y lo que ha cambiado es el punto de referencia). Y ahora entiendo las escenas de cafe en lavanderia, de autobus de vuelta, de sopa de sobre tomada en taza humeante.

Ahora sabes que lo importante no es ni la ciudad ni las personas, mas bien esa persona en esta ciudad. Eso es lo que se echa de menos.

Bueno, aun queda Londres. Mi espalda necesita descanso. Hoy he ido a intentar comprar una almohada; pero el mercado ya habia cerrado. Tampoco importa, hoy dormire y mañana al levantarme estare mejor. A lo largo del dia me ire olvidando y a la noche ya no recordare que necesito una almohada.

Creo que mañana es el carnaval de Nothig Hill.

Un beso Lara.