Cuando Estefanía se corre canta una canción de los Ramones, y eso es algo a lo que, créeme Bruno, nunca me acostumbré. “Hey, hoy, let's go”. Imposible. Lo aguantaba porque no la quería, porque sólo va a ser una vez, o sólo un par de veces, y luego disco tras disco de los de Queens. Ya me conoces, la primera noche acabe con ella porque su trasero me recordó al de Julia. También sabes de mi debilidad por los cabellos revueltos. Viejo vicio. Que fuera rubia y no morena no perjudicó el coito, yo estaba demasiado borracho para darme cuenta. La primera noche pensé que había sido un disco. No me di cuenta hasta el día siguiente, cuando comprobé que no había equipo de música en su dormitorio. Demasiado tarde, ella ya había agarrado de nuevo el mando de la situación, por así decirlo. “The KKK took my baby away, took my bay away, took my baby away...”.
Después resulta que el después no estaba mal. La niña, que por lo general no destaca por su buena, o mala, conversación, cuenta las mejores historias de cama que he tenido el placer de disfrutar. Así te lo digo. No sé de donde las saca. No pueden ser todas suyas. Pero ahí está ella, al costado dale que te dale. Es como follar con Estefanía y, cuando todo a terminado, echarte a dormir con, según la noche, Ribeyro o Bolaño o Cortázar. Y tú sabes de mi problema, mi complejo de Edipo con complejo de Esopo. No puedo evitarlo. Al principio no le di importancia, demasiado impactado estaba con su “I don't wanna be buried in a pet cementary”; pero, cuando me la volví a encontrar en la noche, entre bastidores de algún garito impresentable, me acerqué intrigado, no por su juego de cama, sino por cómo terminaba aquella historia del tipo aquel que andaba por ahí sin corazón. O algo así, la historia era suya, no mía, qué quieres.
Ya, ríete Bruno, pero ese cuento, y los siguientes, me han enseñado más sobre amor que las aventuras de asaltacamas. Así aprendí, que esto que hacemos por la noche no es más que un banal comercio de besos por caricias. O como, esas parejas de la calle los días de lluvia, no te equivoques, sólo se abrazan para no tener frío. Un motivo tan válido como cualquier otro; en realidad, más real para mí que esas palabras que, por más que me empeño, no veo. Porque “el amor”, qué quieres que te diga, no flota en el aire. De hacerlo, abría que bajárselo a tiros, como a pajaritos, y luego dárselo de comer al perro. Cada noche con Estefanía era así: una canción y un cuento. Y yo, enganchado a ellos como con un libro de Poe o un capítulo de Lost.
Claro, tú piensas ahora, te ríes, porque dices que estoy enamorado. Sólo porque ahora la busco, no por el sexo, sino por el después en la cama con Estefanía. Pues te equivocas mi Bruno. Esta noche estoy con ella, bueno, estuve hace un rato. Ahora salió y me ha dejado en el catre. No es mi casa, ni su casa, estamos en la fiesta de un amigo. Pero aquí hay tantos cuartos, que cada pareja agarra el que quiere. Y ya verás. Acabamos de terminar y ella va a volver de un momento a otro. Porque todavía no ha terminado su cuento. Ha ido a por agua y yo la espero en silencio. No quiero pensar mucho, porque me intriga lo que tiene que contarme. Pero verás, que en cuanto el cuento termine, me voy de aquí, a continuarla con mis amigos que aún es temprano. Espera sólo que regrese. En silencio.
Es extraño, me callo y algo falla. En el ambiente falta un sonido. No escucho mi corazón. Ya sé, Bruno, que eso de escuchar tu corazón es algo raro. Pero si te callas y acercas tu mano al pecho lo notas, ¿o no es así? Al rato atiendes a la comparsa y ahí está, el compañero. Pero es que ahora es nada. No hay modo. Será un momento, un segundo, en seguida vuelve. El pálpito me refiero, no ella. Has visto cómo no estoy enamorado, qué pesado. Sólo que no me escucho. No importa, sólo tengo que esperar. En cualquier momento lo escucharé de nuevo. Sólo tengo que escuchar, en silencio. En cualquier momento lo escucharé de nuevo, aquí en mi pecho. Escuchar, sólo unos segundos. En la habitación del costado suena una canción de los Ramones, eso prueba que mi oído está bien. Sólo que tengo que esperar. Unos segundos. Unos minutos. Y lo escucharé de nuevo, mi corazón. Unos segundos, escuchar, en silencio, sólo unos segundos...
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