viernes, marzo 16

...de Métodos prácticos de viajes en el tiempo


(…) Por último, es necesario realizar algo de ejercicio; hasta el punto de sentirse cansado, no más.

Tras estos pasos previos uno se encuentra preparado para acometer el experimento. Búsquese entonces un lugar alejado, agradable y mullido. El sofá del salón servirá. Mándese a los compañeros de piso de paseo a la legión extranjera. Malasaña servirá. Elíjase una música ambiental que amortigüe el ruido exterior. En este caso, el tipo (o calidad) de ésta no importará; aunque sí el soporte. Se ha comprobado que el más apropiado es el vinilo; aunque ciertos estudios (a falta de experiencias empíricas) indican que la cinta casete también debería servir. Lo que sin duda debe evitarse es cualquier tipo de soporte digital. Finalmente, entreabrir la ventana: una ligera corriente, así como la sensación de frescor, son vitales para el éxito del experimento. Respirar fuerte, orgásmicamente, por última vez. Depositar la aguja sobre el disco. Ese repiqueteo, como de cuchicheo entre ratones, es nuestra bandera de salida.

Comencemos. Uno se tumba en el sofá. La posición debe ser la que permita el mayor relajo muscular. Entonces se debe esperar. Desterrar toda vocación de prisa, nuestro peor enemigo. Esperar, hasta que cada falange, cada extremidad y protuberancia, se sienta ajena a uno mismo. Llegará entonces un momento en el que el hilo musical comenzará a perderse tras una nube. De pronto, se trasformará en una secuencia rítmica sin intención significativa. Es el indicativo de que vamos por buen camino. No desesperar, el traqueteo llega antes o después. Es en ese instante cuando comenzaremos a percibir una ligera capa que lentamente se desliza sobre nuestra epidermis. No asustarse, es el tiempo que nos acaricia. Mantener la tranquilidad, estamos cerca, pero cualquier cambio brusco podría asustarlo. El tiempo es un animal tan poderoso como tímido, y debemos hacerlo sentir en familia. Algunos autores recomiendan, en una observación demasiado sexual para mi gusto, entreabrir la boca para alimentarlo de nuestro paladar. Otros sin embargo, más acertados sin duda, indican que la respiración abdominal es mucho más útil. Elevar el estómago con la inspiración, relajarlo al expirar. El tiempo, que es juguetón, se divierte con estos movimientos de montaña rusa. Esperar y prestar atención.

De pronto, hay que estar atento pues ocurre sin previo aviso, una arista temporal comenzará a subir lentamente desde los dedos de los pies. Luego cosquilleará los tobillos y las rodillas. Los muslos. El bajo vientre. Cuando esta malformación del tiempo llegue al pecho será el momento de reaccionar. Con un movimiento rápido, saltar y agarrarse a esa arista. No soltarla por nada del mundo, hincarle las uñas como si la vida fuera en ello. Aquí deberemos tomar una decisión. Podremos, si queremos, hacer fuerza hasta detenerlo, como el palo entre los radios de una rueda. De así hacerlo, una vez capturado podremos soltarlo con la tranquilidad de que se quedará allí donde lo dejamos. En ese caso, habremos detenido el tiempo; notaremos que nuestro corazón ya no late y el estómago ha dejado de subir y bajar. Notaremos que no pestañeamos. Sólo queda disfrutar de ese eterno instante. Uno, señor del tiempo desde lo alto de su montaña (el sofá), observando el pasado y el futuro. La otra opción es la más arriesgada. En vez de detenerlo, dejarse llegar por él. Nos convertiremos entonces en viajeros del tiempo y podremos ir a dónde y cuándo queramos. Hay que indicar que nadie ha regresado de este segundo tipo de viaje. Algunos teóricos apuntan que es imposible volver; otros, que quien llega a este lugar, para qué va a querer regresar.