La salida de la discoteca se tornará básicamente entrada a un lugar diurno. Una pastelería rancia regentada por una anciana risueña; una que lleva vendiendo toda su vida la misma tarta. Que ha vivido contenta o eso quiere hacer notar. Imagínatela, como quieras estará bien. Yo entro, decía, en busca de un pastel. Cumpleaños en el piso de un amigo, casa a la que me dirijo. Pero mira por donde, que encuentro una chica morena reflejada sobre el guardaestornudos de las tartas. Una débil imagen que se morfea con el circular chocolate relleno de crema: la pieza de pastelería más atrayente del mes. A mí, que no me gusta demasiado el dulce, se me antoja exquisito. La chica también observa los reflejos. ¿Cuál será el mío? Una vieja cuña de chocolate con leche o, si pudiera, un enorme y fálico brazo de gitano. Pero para qué engañarme, seguro que soy el ridículo pastelillo rosa del día de la madre... Para mi sorpresa, ella tiene mal gusto y me habla. Que tiene una prisa atroz. Que necesita una tarta pero ya. Qué cosas, le digo, yo estoy en las mismas. Pero no te puedo aconsejar, poco ducho en pasteles, la verdad. Ella debe ser experta, al menos conoce las virtudes de la “fondant” de peras, o los narcóticos malvadiscos forrados de chocolate. Eso dice. Y, aunque sé que miente, me dejo aconsejar. Soy poco atrevido, no creo que pueda con el “soufflé” corso a la vainilla; si acaso un puding de castañas al microondas. Se ríe. No me cree. De pronto, cae una oportunidad, conoce una receta, bueno, la definitiva según ella. Para despejarme las dudas, me comenta el nombre: Pastel Imposible. Cree que así me ha convencido; o eso, o es buena persona y no me echa a la cara que desde el principio me tenía.
Ya en casa me dice los ingredientes. Una cucharada de mantequilla. Un paquete de harina de chocolate. Ocho huevos, grandes. Una taza de aceite pero sólo media de nuez picada. ¿Y se cree que todo eso está en mi casa? Espera, que hay más: una taza de cajeta. Una lata de leche condensada. Una lata de clavel. Una cucharada de vainilla. Y mucho cariño.
Por supuesto, no tengo nada, no hay nada abierto, mi amigo ya ha cumplido años y estará enfadado conmigo. Ella se va. Dice que va a la casa de su amiga. Vuelve a mentir, porque ya es tarde y seguro que hace rato soplaron las velas. Mamarracho de incoherencias, me quedo atrás. Miro por la ventana y la veo alejarse. Ya está oscuro, pronto será de noche. No queda otra opción. Precalentar el horno a 200 centígrados. Luego añadir un poco de levadura. Abrir el horno e introducir la cabeza dentro. Mantener hasta que crezca.